Como reflexión inicial decir que nos estamos perdiendo la Semana Santa ortodoxa. Me dicen que tras la observancia más o menos estricta del ayuno, todos los griegos participan de La Costumbre: el Domingo de Resurrección se ponen hasta las patas. En la tele han hablado de hasta 7000 calorías. Venden por doquier asadores-barbacoa tamaño “cordero entero” y eso hacen: asar espetones de metro y medio con cordero y lo que en Aragón se llaman madejas.
A Siria hemos llegado al alba. Tras un paso de aduana en el que coincidíamos con un vuelo procedente de Teherán -a las cinco de la mañana, ¿He dicho multiétnico?- nos llevaron a un hotel a desayunar por segunda vez. Ahí cometimos un error, porque NO nos pusimos púas. ¿Por qué un error? Porque los griegos a mediodía no comen y en el programa no estaba contemplado el hueco. Aclarado con el guía el asunto, cualquiera que haya visto mi constitución -well built, dijo nuestro amigo Ernest en su día- sabe que en lo de la comida no admito vaciles, se hizo parada en los días siguientes, lo que nos ha valido la gratitud de guía y conductor.
Después de desayunar, fuimos a ver tres monasterios cristianos situados en dos pueblos de las afueras de Damasco –Maaloula y Seidnaya- y por la tarde el Museo Nacional. Reventados... Llegamos al hotel.
Cenamos en un restaurante giratorio con vistas a Damasco una gran ciudad moderna -fea- con un precioso centro histórico situada en un oasis espectacular. La población sube a tomar el fresco a la montaña que domina la ciudad y por cuya escarpada ladera trepan las viviendas de los menos afortunados.
La mañana la dedicamos al Castillo de los Caballeros (o sea, los Cruzados). Una historia olvidada –o no aprendida- en Europa y muy viva en el mundo árabe. Impresionante conjunto y emplazamiento.
Nos guía Radwan Hasan, a la sazón profesor de la escuela oficial de turismo de Siria. Pedazo de GUÍA, sí señor. Francés, alemán e inglés fluidos y grandes conocimientos de historia y arqueología.
La zona, cercana al Mediterráneo, es de una gran belleza natural, que aquí, siguiendo la inveterada costumbre de los turistas, mejoramos con nuestra presencia. Estoy, obviamente, de broma. A veces se ven escenas patéticas de novia-frente-a-piedras, que me dan ganas de... Después de comer en un restaurante local –la comida como casi siempre en Siria, exquisita- Marchamos hacia el desierto. Palmira: la ciudad helenística de la Reina Zenobia. Dos buenos motivos para visitarla: las ruinas y el paisaje. Las ruinas son de las que dejan sin aliento a los que nos va la cosa. Todo ello en un oasis en medio del desierto al que llegamos en medio de una pequeña tormenta de arena… y lluvia. Mi mujer lo hizo otra vez: “Gallega poderosa mujer-lluvia” como dijo Toro Sentado.
5 comentarios:
Por una curiosa casualidad, el Google me trajo a su blog. Y hoy, me encuentro con que se encuentra usted visitando la que fuera mi casa durante seis años.
Espero que disfrute de Siria, como yo la disfruté.
Si tiene ocasión y tiempo, intente comer en Bait Yabri, un restaurante entre Bab Touma y la mezquita Omeya. Y pida allí "maqdous", si aún no lo han probado. Son unas pequeñas berenjenas, rellenas de nuez y pimiento y maceradas en aceite de oliva.
En fin, me corroe la envidia y la nostalgia leyendo esta entrada.
Y perdone el asalto. Pero me lo ha puesto difícil para no escribir nada.
Al-Sham es mucho para mí.
Saludos.
Muchas gracias por su amable comentario. La visita a Siria ha sido interesantísima. Espero poner al menos dos "posts" más en los próximos días. En Damasco fuimos por nuestra cuenta al "El Azz" junto al Zoco y la mezquita de los Omeyas. Superados los problemas de comunicación con unas cuantas sonrisas, disfrutamos de una excelente comida. Le ruego que me corrija cualquier error sobre Siria que pueda cometer y no dude en comentar o discrepar en futuros escritos. Nuevamente muchas gracias por su aportación
Esperaré ansiosamente esos prometidos post que va a traer. Si cotillea usted en mi blog, verá que la primera imagen que tengo colgada es la de la reina Zenobia. Lo mío es vicio, no se crea.
Ese restaurante que menciona, Abu Al-Azz, era casi mi segunda casa. Me gustaba mucho la "sfija", esa pizza pequeñita que preparan en el horno de la entrada.
El barrio de los menos favorecidos, Al-Muhayirin, fue mi primer barrio en Damasco. Y es que una era becaria del entonces ICMA, Instituto de Cooperación con el Mundo Árabe y lo cierto es que la beca no daba para irme a vivir a otro barrio.
Gracias por acoger a una nostálgica como yo. Fueron tres años en Damasco, dos más en Alepo y un sexto y último, de nuevo, en Damasco.
Eso explica mi atrevimiento.
Un saludo y gracias.
Asi que sois vosotros los que dais los boligrafos a los ninos de estos sitios... y luego no hay quien se los quite de encima!!! Se tarda anos en ensenarles a que no somos boligrafos o caramelos con patas!! Ese tipo de ninos acostumbrados a recibir cosas a cambio de nada, han arruinado completamente varios momentos de mi vida... No lo hagais, por favor.
Pues lo cierto es ... que no. Nosotros no dimos nada a los niños y nuestro guía local nos insistió en que no dieramos nada si no había alguna clase de trabajo o servicio a cambio. Sólo en el pueblecito beduino que cito en el siguiente post el guía nos pidió algo para los niños, supongo que por buenos motivos. Además los pequeños beduinos eran adorables y nada, nada pedigüeños. Mi recomendación era para estos casos, no para los de lo niños picardeados como "Yunan no good" Saludos
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